La misión no es algo que hacemos hacia otras personas. Más bien, es la obra de Dios en la que participamos. Vivir misionalmente implica intencionalidad y sensibilidad, pero siempre es Dios el protagonista de su misión.
Teniendo esto en cuenta, cuando nos relacionamos con otros, incluso con personas no creyentes, participamos juntos en la obra que Dios está realizando en ese momento.
La tercera P de la postura misional es la Participación.
Muchas veces ministramos de manera clínica: yo soy el experto y tú el necesitado; yo tengo el evangelio y tú lo necesitas. En este enfoque, yo te proveo algo, en un proceso unidireccional. Pero esta postura nos convierte en los protagonistas, dejando a Dios como un asistente.
Además, una aproximación así elimina nuestra vulnerabilidad y reduce la cercanía que una relación genuina requiere. Olvidamos que también necesitamos esa relación que Dios está construyendo al invitarnos a acercarnos al otro.
En cambio, una postura misional reconoce que Dios está obrando en ambas personas al mismo tiempo. Participamos juntos, construimos una relación como prójimos y con Dios. Nos abrimos a la vulnerabilidad, y es precisamente allí donde Dios suele trabajar.
La vulnerabilidad cuesta. Y cuando tenemos que ser vulnerables con personas que no comparten nuestra misma intencionalidad en la misión, puede parecer arriesgado. Sin embargo, Dios no nos ha dado un espíritu de temor, sino de plena confianza en Él. Él ya está obrando.
Cuando participamos con otros en la misión de Dios, debemos evitar la trampa de convertir a la otra persona en un proyecto, del mismo modo que debemos evitar convertirnos en los expertos en su obra. Participar significa reconocer que Dios está trabajando tanto en mi vida como en la tuya, al mismo tiempo.
La postura misional implica sensibilidad para reconocer la obra de Dios y la confianza para entrar junto con otros en lo que Él ya está haciendo.
_____
Kevin es misionero de SEPAL, líder de adolescentes en su congregación local y director de Avance España.